Estaba sentado en un asiento que no era suyo. El suave traqueteo del tren seguía con su lento y cansino ritmo. Su acompañante se encontraba dormido bajo unas gafas de Sol. Múltiples conversaciones llegaban a sus oídos, era imposible no escucharlas. Aunque ponía toda su fuerza de voluntad en prestar atención a lo que iba leyendo, su oído no paraba de captar conversaciones ajenas. Se creía ladrón, pues se inmiscuía dentro de lo personal de cada ocupante y eso, en vez de ruborizarle, le tentaba.
Un hombre de mediana edad, periódico en mano, llegó a su altura. Disculpe pero este es mi asiento, le dijo enseñándole el billete. El ladrón cogió su escaso equipaje, sus diálogos a medias. y se fue en busca de nuevas conversaciones.
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