Su ira iba en aumento, no podía dejar de pensar en cómo la única persona que le había importado lo había abandonado. Estaba atardeciendo, y los altos cipreses alargaban sus sombras entre los cantos de los cuervos. Se sentó en su tumba vacía y escribió con el dedo sobre el polvo "JACO". Siguió su camino entre las tumbas de las demás almas olvidadas. Cuando llegó a la salida, volvió la cabeza, y le pareció ver a la mujer que tanto le costaba olvidar. Agachó la cabeza y siguió su camino entre los graznidos de los pajarracos.
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